"Lo mejor esta por venir"
“Lo mejor está por venir”
Por suerte la tenía a Loli, pensaba mientras nos subíamos al micro que nos llevaría hasta Pinamar. Seis horas de viaje, insoportable y eterno. Lloré durante todo el camino, “dramática, como todas las mujeres de la familia”, diría mi abuelo.
Siete meses tirados a la basura con un imbécil que no tuvo las valentía para decirme que habíamos terminado y me dejo por Whatsapp. Me rompió el corazón.
Y si, como decía, por suerte la tengo a Loli. Desbordante en energía, explosiva, alegre. Receptiva para escuchar durante horas. Esta vez fueron exactamente seis horas lo que duró el viaje.
Cuando llegamos a la casa no lo podía creer, había quedado hermosa. Estaba ubicada arriba de un médano, moderna, blanca rodeada de pinos y flores amarillas que por accidente habían crecido en el pasto.
Mamá estaba esperándonos con José, su nueva pareja, el hijo Tomas y sus dos primos: Valentín y Ezequiel, que venían de córdoba. Ella, alegre como siempre, preparaba unos mates y nos compró esas facturas con dulce de leche que sabe que tanto nos gustan.
No pude aguantar y me largue a llorar. Y ahí fue que lo dijo otra vez: “lo mejor está por venir”. La odié. Tan exageradamente positiva como siempre. Recuerdo la primera vez que dijo esa frase de sobrecito de azúcar. Ese día la que lloraba era ella, y confieso que poca veces vi que lo hiciera. Triste y angustiada después de la separación con papá, lloraba tirada en la cama y de pronto, tratando de sonreír decía:”no se preocupen que vamos a estar bien” y ahí entraba otra vez la frase matadora.
La tarde transcurrió mágicamente. Cada uno contó alguna de sus tristes historias de desencanto, pienso, que fue para que yo no me sintiera tan sola con mi desilusión.
Estaba empezando a caer la tarde y le pedí a mamá que relatara el sueño con su abuela que a mi tanto me gustaba. Y captando nuestra atención como nadie, comenzó el relato.
—Me dormí angustiada pensando cómo iba a seguir. Estaba llena de miedos. Ustedes eran chicos, la casa, los gastos, y sobretodo el miedo a afrontar la vida, de ahora en adelante, sola.
Había cumplido los cincuenta años y pensaba que después de tanto esfuerzo, era el momento de empezar a disfrutar, de viajar un poco más. En fin, estar más tranquila. Pero lamentablemente no era así.
Después de muchas horas de insomnio y hacer todos los ejercicios de meditación que había leído por Internet, me dormí.
Cuando desperté, recordé una y otra vez lo que había soñado para que no se escapara de mi. No lo quería olvidar.
Estaba con un hombre en un coche, subiendo una colina. El camino era difícil, pero agradable y arbolado. De pronto hacia un costado vemos una casa simple y blanca.
Detuvimos el coche y bajé. Cuando abrí la puerta de la calle, allí estaba mi abuela.—¿La abuela Dominga?— Pregunté yo.
—Si, vos sabes que tenía con ella una relación muy especial.
—Viviste algunos años en su casa, no?—Dije.
—Si, cuando murió mi abuelo. La verdad es que extrañaba mucho a mis dos hermanas pero ella lo compensaba porque era muy dulce conmigo, me llenaba de amor, y eso nos unió para siempre. Bueno, la cuestión es que me abrazó. No me acuerdo muy bien que paso en el medio, pero sí que al final me decía:” Para llegar a la cima, tenés que atreverte a recorrer el camino”.
—¿Te diste cuenta má? Era una casa blanca, en una colina, igual que esta que hiciste con Jó sobre este médano.
—No lo había pensado, que hermoso lo que decís Bian, la verdad que parece de cuento.
Los días transcurrieron alucinantes. Pasábamos mucho tiempo en la playa con Tomas y sus primos cordobeses. Hacíamos de todo juntos, íbamos a pasear, a bailar y estábamos todo el día riéndonos a carcajadas.
Pero llegó el momento de regresar. Los chicos nos llevaron hasta la estación, nos abrazamos fuertemente repitiendo todas las cosas lindas que teníamos planeadas hacer. Viajar a córdoba en las vacaciones de invierno, juntar plata para viajar en un crucero, no se, se nos ocurrió de todo. Subimos al micro llorando, para variar las dos intensas como siempre. Pero esta vez contentas por los lindos días que habíamos pasado. Me senté del lado de la ventana, cerré los ojos y pensé: Hora de empezar a subir mi colina y disfrutar el viaje, porque como mamá diría, lo mejor está por venir.
Por suerte la tenía a Loli, pensaba mientras nos subíamos al micro que nos llevaría hasta Pinamar. Seis horas de viaje, insoportable y eterno. Lloré durante todo el camino, “dramática, como todas las mujeres de la familia”, diría mi abuelo.
Siete meses tirados a la basura con un imbécil que no tuvo las valentía para decirme que habíamos terminado y me dejo por Whatsapp. Me rompió el corazón.
Y si, como decía, por suerte la tengo a Loli. Desbordante en energía, explosiva, alegre. Receptiva para escuchar durante horas. Esta vez fueron exactamente seis horas lo que duró el viaje.
Cuando llegamos a la casa no lo podía creer, había quedado hermosa. Estaba ubicada arriba de un médano, moderna, blanca rodeada de pinos y flores amarillas que por accidente habían crecido en el pasto.
Mamá estaba esperándonos con José, su nueva pareja, el hijo Tomas y sus dos primos: Valentín y Ezequiel, que venían de córdoba. Ella, alegre como siempre, preparaba unos mates y nos compró esas facturas con dulce de leche que sabe que tanto nos gustan.
No pude aguantar y me largue a llorar. Y ahí fue que lo dijo otra vez: “lo mejor está por venir”. La odié. Tan exageradamente positiva como siempre. Recuerdo la primera vez que dijo esa frase de sobrecito de azúcar. Ese día la que lloraba era ella, y confieso que poca veces vi que lo hiciera. Triste y angustiada después de la separación con papá, lloraba tirada en la cama y de pronto, tratando de sonreír decía:”no se preocupen que vamos a estar bien” y ahí entraba otra vez la frase matadora.
La tarde transcurrió mágicamente. Cada uno contó alguna de sus tristes historias de desencanto, pienso, que fue para que yo no me sintiera tan sola con mi desilusión.
Estaba empezando a caer la tarde y le pedí a mamá que relatara el sueño con su abuela que a mi tanto me gustaba. Y captando nuestra atención como nadie, comenzó el relato.
—Me dormí angustiada pensando cómo iba a seguir. Estaba llena de miedos. Ustedes eran chicos, la casa, los gastos, y sobretodo el miedo a afrontar la vida, de ahora en adelante, sola.
Había cumplido los cincuenta años y pensaba que después de tanto esfuerzo, era el momento de empezar a disfrutar, de viajar un poco más. En fin, estar más tranquila. Pero lamentablemente no era así.
Después de muchas horas de insomnio y hacer todos los ejercicios de meditación que había leído por Internet, me dormí.
Cuando desperté, recordé una y otra vez lo que había soñado para que no se escapara de mi. No lo quería olvidar.
Estaba con un hombre en un coche, subiendo una colina. El camino era difícil, pero agradable y arbolado. De pronto hacia un costado vemos una casa simple y blanca.
Detuvimos el coche y bajé. Cuando abrí la puerta de la calle, allí estaba mi abuela.—¿La abuela Dominga?— Pregunté yo.
—Si, vos sabes que tenía con ella una relación muy especial.
—Viviste algunos años en su casa, no?—Dije.
—Si, cuando murió mi abuelo. La verdad es que extrañaba mucho a mis dos hermanas pero ella lo compensaba porque era muy dulce conmigo, me llenaba de amor, y eso nos unió para siempre. Bueno, la cuestión es que me abrazó. No me acuerdo muy bien que paso en el medio, pero sí que al final me decía:” Para llegar a la cima, tenés que atreverte a recorrer el camino”.
—¿Te diste cuenta má? Era una casa blanca, en una colina, igual que esta que hiciste con Jó sobre este médano.
—No lo había pensado, que hermoso lo que decís Bian, la verdad que parece de cuento.
Los días transcurrieron alucinantes. Pasábamos mucho tiempo en la playa con Tomas y sus primos cordobeses. Hacíamos de todo juntos, íbamos a pasear, a bailar y estábamos todo el día riéndonos a carcajadas.
Pero llegó el momento de regresar. Los chicos nos llevaron hasta la estación, nos abrazamos fuertemente repitiendo todas las cosas lindas que teníamos planeadas hacer. Viajar a córdoba en las vacaciones de invierno, juntar plata para viajar en un crucero, no se, se nos ocurrió de todo. Subimos al micro llorando, para variar las dos intensas como siempre. Pero esta vez contentas por los lindos días que habíamos pasado. Me senté del lado de la ventana, cerré los ojos y pensé: Hora de empezar a subir mi colina y disfrutar el viaje, porque como mamá diría, lo mejor está por venir.
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