Osito Teddy, cuento propio.
Les había costado mucho tenerla; lágrimas, dolor y esfuerzo invadían la morada del reciente matrimonio de Alma y Juan. Tras años y años de intentar tener un bebé, lo consiguieron gracias a los increíbles y novedosos métodos de fertilización asistida.
La casa era grande, en la planta de arriba había dos cálidos cuartos. El del bebe pintado de amarillo con tonos violetas ya que no sabían si iba a ser nene o nena. Y por supuesto repleto de juguetes divertidos y estrepitosos. El armario lleno de tierna ropita.
El embarazo transcurrió repleto de sueños e ilusiones pero también con algunos contratiempos por los que Alma tuvo que pasar varios meses con reposo absoluto. Pero nada importaba solo las llegadas de su ansiado bebé.
Hasta que una mañana muy calurosa de febrero Clara decidió nacer.
Las primeras noches con el bebé fueron tranquilas. Su madre le había comprado un osito blanco de un tamaño intermedio, suave y blando para colocarlo todas las noches a su lado y así se sintiera protegida en su cuna.
Ella también había tenido uno así en su infancia.
Luego de unas semanas, una noche fría del mes de julio, el matrimonio escuchó el agudo llanto de su bebé. Corrieron a buscarlo para ver que le había pasado, lo único que encontraron extraño fue que su osito estaba tirado fuera de la cuna.
Optaron por llevarla a su cuarto, pensaron que a lo mejor tenía miedo de dormir sola y que la solución seria que por esa noche durmiera con ellos.
Al día siguiente Alma, con ojeras y cansancio por la noche que había pasado, se levantó para cambiar al bebé. Algo le sorprendió: Abajo del pequeño suéter que llevaba puesto, tenía una marca en la parte superior del pecho. Era una lastimadura, con sangre seca y un moretón alrededor. Le desinfectó la herida y nerviosa fue a fijarse en su cuarto con que pudo haberse lastimado. Pero fue en vano ya que no encontró nada.
la siguiente noche fue lo mismo. Juan arropo a su hija, le pusieron un sonador arriba de su cuna que tocaba una dulce melodía para que pudiera dormir tranquila. Al lado su osito que parecía que la estaba abrazando.
Pero el llanto de la beba nuevamente los despertó. Era extraño, mas que llanto parecían gritos de auxilio. Desesperados la fueron a buscar y encontraron algo que les llamó mucho la atención, manchas de sangre en la cuna.
Rápidamente le sacaron la ropa, se le había agrandado la herida que le habían encontrado de la noche anterior. Desconsolados observaban la mancha roja sobre las sábanas blancas de su pequeña hija.
Desesperados corrieron al hospital. Le hicieron todos los chequeos. Los médicos no podían entender. Los días transcurrían, interminables y Clara empeoraba día a día. Hasta que una desolada noche recibieron la noticia más terrible de su vida.
No sabían cómo volver a empezar. El tiempo pasaba pero el profundo dolor de la ausencia no cesaba. Los días transcurrían en la agonía de su ausencia, el sufrimiento por todos los sueños que se truncaron con ese terrible final. Así fue que después de muchos días Alma logró entrar a la habitación de la bebe que era algo que hace días no había podido hacer.
Agarró al osito de su cuna y lo llevó junto a ella, lo abrazó y después de mucho llorar logró quedarse dormida. Hasta que una profunda punzada la despertó con un grito agudo, levantó su remera y una mancha de sangre rodeada de un moretón aparecía en su panza todavía herida de haber acunado a su bebé.
La casa era grande, en la planta de arriba había dos cálidos cuartos. El del bebe pintado de amarillo con tonos violetas ya que no sabían si iba a ser nene o nena. Y por supuesto repleto de juguetes divertidos y estrepitosos. El armario lleno de tierna ropita.
El embarazo transcurrió repleto de sueños e ilusiones pero también con algunos contratiempos por los que Alma tuvo que pasar varios meses con reposo absoluto. Pero nada importaba solo las llegadas de su ansiado bebé.
Hasta que una mañana muy calurosa de febrero Clara decidió nacer.
Las primeras noches con el bebé fueron tranquilas. Su madre le había comprado un osito blanco de un tamaño intermedio, suave y blando para colocarlo todas las noches a su lado y así se sintiera protegida en su cuna.
Ella también había tenido uno así en su infancia.
Luego de unas semanas, una noche fría del mes de julio, el matrimonio escuchó el agudo llanto de su bebé. Corrieron a buscarlo para ver que le había pasado, lo único que encontraron extraño fue que su osito estaba tirado fuera de la cuna.
Optaron por llevarla a su cuarto, pensaron que a lo mejor tenía miedo de dormir sola y que la solución seria que por esa noche durmiera con ellos.
Al día siguiente Alma, con ojeras y cansancio por la noche que había pasado, se levantó para cambiar al bebé. Algo le sorprendió: Abajo del pequeño suéter que llevaba puesto, tenía una marca en la parte superior del pecho. Era una lastimadura, con sangre seca y un moretón alrededor. Le desinfectó la herida y nerviosa fue a fijarse en su cuarto con que pudo haberse lastimado. Pero fue en vano ya que no encontró nada.
la siguiente noche fue lo mismo. Juan arropo a su hija, le pusieron un sonador arriba de su cuna que tocaba una dulce melodía para que pudiera dormir tranquila. Al lado su osito que parecía que la estaba abrazando.
Pero el llanto de la beba nuevamente los despertó. Era extraño, mas que llanto parecían gritos de auxilio. Desesperados la fueron a buscar y encontraron algo que les llamó mucho la atención, manchas de sangre en la cuna.
Rápidamente le sacaron la ropa, se le había agrandado la herida que le habían encontrado de la noche anterior. Desconsolados observaban la mancha roja sobre las sábanas blancas de su pequeña hija.
Desesperados corrieron al hospital. Le hicieron todos los chequeos. Los médicos no podían entender. Los días transcurrían, interminables y Clara empeoraba día a día. Hasta que una desolada noche recibieron la noticia más terrible de su vida.
No sabían cómo volver a empezar. El tiempo pasaba pero el profundo dolor de la ausencia no cesaba. Los días transcurrían en la agonía de su ausencia, el sufrimiento por todos los sueños que se truncaron con ese terrible final. Así fue que después de muchos días Alma logró entrar a la habitación de la bebe que era algo que hace días no había podido hacer.
Agarró al osito de su cuna y lo llevó junto a ella, lo abrazó y después de mucho llorar logró quedarse dormida. Hasta que una profunda punzada la despertó con un grito agudo, levantó su remera y una mancha de sangre rodeada de un moretón aparecía en su panza todavía herida de haber acunado a su bebé.
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