Escena de lectura “infancias robadas”
INFANCIAS ROBADAS
“Tenía entonces diez años.
Robaron algún dinero
De las arcas de mi madre.
Fue un domingo... ¡Lo recuerdo!
Se me señaló culpable
Injustamente, y el reto
Que hicieron a mi vergüenza
Se me clavó aquí, ¡muy dentro!
Recuerdo que aquella noche
Tendida sobre mi lecho
Llegó un germen de anarquía
A iniciarse en mi cerebro.”
(Alfonsina Storni, Poesía completa. Editorial Galerna, Buenos Aires, 1990.)
***
Era un frío día de otoño. Buenos aires comenzaba a poblarse de hojas secas que con el viento flotaban en el aire subiendo y bajando, como si bailaran al compás de la música que sonaba en nuestro auto aquella tarde.
Regresamos los tres de la casa de mi abuela. Deprimente. Domingo a la tarde a prepararse para comenzar la semana, diría mi madre.
La semana que viene cargadita, típica de hija de clase media repleta de actividades. Sin objeción, inglés teclado y danza clásica desde los seis años. Eso sí, los viernes quedaban libres para jugar con los amigos que siempre venían a casa después de la escuela, no necesitaba pedir permiso para llevarlos, mi casa siempre estuvo abierta para recibirlos.
Mamá siempre se las arregló para que la pasaras bien, sin demasiadas cosas, pero con mucho amor. Y así transcurrió nuestra infancia con algunas tristezas pero repletas de juegos, amigos, familia y fantasías.
La danza era mi pasión así como ” Barbie y las doce princesas bailarinas”, mi película favorita desde los 3 años. Esto hizo que comenzara a insistir para empezar clásico, cosa que logré cuando arranque la primaria.
La profesora era muy rígida y creo que a veces cruel, yo sentía que no me quería, lo que no impidió que asistiera a sus clases durante diez años, pero también que me hiciera de amigas amorosas que todavía conservo.
***
De pronto en la radio pasan mi canción preferida de Justi Bieber
“Your lips
My biggest weakness
Shouldn't have let you know
I'm always gonna do what they say
If you need me
I come runnin'
From a thousand miles away
When you smile
I smile
Whoa
You smile
I smile”.
Mi canción preferida de pequeña, de Justin Bieber por supuesto, sonaba por la radio esa tarde. Romántica y sentimental desde siempre.
Y el esperado anuncio: en octubre, se haría el primer recital.
noooo! la entrada salía carísima, pero tenía unos cuantos meses para conseguirlas, como sea.
Y así fue: mi abuela Tete que siempre nos hacía unos regalos espectaculares se encargó de las entradas. Todavía recuerdo la emoción de esa tarde en la casa de la abuela frente a la computadora desesperada buscando las entradas. Vinieron dos amigas mas, Abril y Lucero, asi que esa semana nos reunimos en casa, como siempre, para preparar los carteles que llevamos, ya que sabía que con lo que salía la entrada no había ninguna posibilidad de que me compraran algo de merchandising.
Llegamos al estadio temprano, cosa de aprovechar al mango la entrada que habíamos pagado tan cara (así era, es y será mi madre). Nos acomodamos en los asientos asignados, comprobando que por suerte había unas pantallas gigantes. River explotó. Como lo disfrute…-Levanten los carteles- gritaba mi mamá. Y las tres juntas levantábamos las cartulinas violetas, el color de las “Believers”, emocionadas pensando que de esa forma nos veía, a pesar de estar en la otra punta de la cancha.- Las vio las vio, miró para aca-. seguía gritando mi vieja. Bailamos, cantamos, gritamos y alzamos las tres juntas cientos de veces los carteles convencida que así nos veía. Que tiernas.
Regresamos a casa agotadas las tres sentadas sin hablar una palabra de la emoción. Cansadas, afónicas, de tanto que habíamos gritado. Inolvidable.
***
Mamá como todos los martes y jueves, me pasó a buscar por danzas, recuerdo que salí llorando. Cruella devil, mi profesora la señorita Adriana, arrancó la clase sobre un sermón sobre la irresponsabilidad y el compañerismo. Estábamos a un mes del festival de fin de año y había una mala compañera que había faltado al ensayo por ir a un recital, sin pensar en el resto del grupo y blah bla bla bla. Nunca me nombró, pero todas sabían que yo era la única que había ido al recital. Por lo tanto la mala compañera e irresponsable era yo.
Siempre sufrí de exceso de responsabilidad, además le habíamos avisado, la entrada la habíamos sacado hace varios meses y en definitiva,no era un ensayo del Colon para hacer tanto escándalo. En fin, todo un exceso su actitud.
Cuando le conté a mamá llorando lo sucedido me calmo y me dijo que la próxima clase iría a hablar con ella de la misma forma que ella lo hizo conmigo: delante de todos.
Llegó el martes, mama una “lady” educada, como siempre, le pregunto sobre lo sucedido…¡Y si vos querías escuchar un sermón, escuchala a Myrita!
La cuestión es que me gusto la sensación de sentirme segura, me defendió. Ella nunca se metia si yo tenía alguna diferencia con un amigo, me insistía que lo hablara, que escuchara la otra perspectiva, que conciliara, pero esta vez era un adulto que me hizo sentir vulnerable, y allí estaba ella para poner las cosas en su lugar.
***
Las hojas seguían bailando. Empezaba a refrescar y a caer algunas gotas de una incipiente lluvia. Valentino y yo con las narices apoyadas en la ventanilla. En ese viaje, de Flores a Vicente Lopez, que siempre nos pareció interminable. Mi hermano era chiquito. Nos detuvimos en un semáforo y el muy triste dijo- ¿Mamá, cómo pueden reírse?-.
-Porque se tienen valen, y están juntos a pesar de todo- contestó mamá.
Era una familia en situación de calle, los papás y dos nenes que prácticamente tenían nuestra edad. Sentados en el piso al reparo de la lluvia en la entrada de un banco.
Como mi hermano pensó: “como pueden reírse”, creo que por primera vez me enfrente a la injusticia de la desigualdad, no llegaba a entender porque a esos nenes les había tocado esa realidad y a mi otra tan distinta. Me dolió el calorcito que salía de la calefacción, la música suave, la leche chocolatada con budin casero que me preparaba mi abuela todos los domingos. ¿Cómo podían reírse?, si están desamparados, sentados en la vereda esperando que empiece a llover. Llegamos a casa, preparamos la mochila para ir al colegio al día siguiente, un baño calentito y a la cama.
Infancias robadas, pensé. Y esa noche me costó dormir.
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